susurro que deja de serlo para converger en un pasatiempos.
Ese pasatiempos permanece estático,
viendo como más susurros corren por doquier.
Los árboles comienzan a lamentarse, ya todo es un caos,
si tan solo pudieran dejar de guiarse por aquello que el viento les implora.
Sería magnífico una pizca de silencio.
